Llegué a BYC Yoga de puro rebote, como se llega a las mejores cosas de la vida: por casualidad y sin muchas expectativas. Después de años probando gimnasios, clases, apps, gurús y cuanto método prometía “cambiarme la vida”, ya no esperaba gran cosa. Y, por supuesto, ahí fue cuando pasó todo.
Tengo 30 años y hace más de diez me diagnosticaron enfermedad de Crohn: esa mezcla extraña entre colon enojado, estrés crónico y la sensación permanente de que tu cuerpo está en huelga. Cuando conocí BYC estaba con la enfermedad activa, sin tratamientos que realmente funcionaran y a punto de empezar una terapia experimental en Estados Unidos. Spoiler: no llegué a eso.
Un mes después de empezar a practicar yoga todas las mañanas, me hice una colonoscopía de control (glamour ante todo). Iba preparada para lo de siempre. Pero el resultado fue cualquier cosa menos “lo de siempre”: no había indicios de la enfermedad y mi colon se veía 100% saludable, según mi médico. Yo también me quedé en shock.
Y lo más impresionante es que cuando escribo esto llevo recién 3 meses practicando. No es una historia de años de retiro espiritual; es algo que pasó empezando casi desde cero.
No voy a decir que el yoga es "la cura para todo", pero sí puedo decir algo con absoluta honestidad: BYC cambió la forma en que habito mi cuerpo y cómo gestiono el estrés, y eso, en mi caso, hizo una diferencia brutal en mi salud.
Hoy, la práctica es mi centro de gravedad: es mi forma favorita de empezar el día, de bajar el ruido mental y de recordarme que tengo un cuerpo que no solo resiste, sino que también progresa. Cada clase es una mezcla de desafío, descubrimiento y pequeñas victorias: ese equilibrio que ayer parecía ciencia ficción, hoy sale. Y se siente bien.
Para mí, BYC Yoga no es solo un estudio de yoga con grandes profesores con inmensa vocación y paciencia. Es el lugar donde entreno cuerpo y mente, y donde, sin darme cuenta, empecé también a sanar la relación conmigo misma.
No es publicidad. Es gratitud.